sábado, 16 de diciembre de 2006

¿DÓNDE ESTÁ EL PRÓJIMO?



Capítulo I de "Movidos a Misericordia"
© Pastor Iván Tapia

"...amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Yo Jehová"
Levítico 19:18



He trabajado durante más de veinte años con personas ciegas. Se de sus sufrimientos, sus anhelos y frustraciones. He aprendido a "ver" el mundo desde su perspectiva, casi sentir en carne propia la condición de rechazo y discapacidad a la que se enfrentan. Mucho o poco ha hecho la sociedad por ellos, particularmente los educadores y rehabilitadores, mas aún no se ha alcanzado la tan acariciada meta: integrarse plenamente en la vida laboral y ser aceptados como individuos capaces de valerse por sí mismos, no merecedores de lástima sino de comprensión por parte de los videntes.


Esta situación de menosprecio o subvaloración como personas no es privativo de los ciegos, sino que de la mayoría de los discapacitados y quienes en alguna medida son diferentes al común de la gente. Tanto nos cuesta aceptar al otro, al que piensa distinto, al que camina de otra manera, al que le falta un miembro de su cuerpo, al que no siente como nosotros. Nos decimos una "cultura cristiana", sin embargo al relacionarnos con aquellos que presentan alguna diferencia de raza, color, cultura, etc., somos intolerantes e incapaces de aplicar aquello de que "el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". ¿Es acaso esta una palabra para los discapacitados? A ellos le exigimos que tengan paciencia, tolerancia y amor hacia Dios y los hombres, mientras nosotros seguimos siendo intolerantes, despreciativos, indiferentes, o bien nos damos el lujo de una caridad mensual o anual para alivianar nuestra conciencia cristiana.


Pareciera que hemos olvidado aquella igualdad que tenemos los hombres y mujeres frente a Dios, como iguales somos los cristianos entre nosotros y frente a nuestro Salvador y Señor; concepto que tan claramente expone San Pablo en Gálatas 3:28, cuando asevera que "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús". Podríamos agregar -sin ánimo de adulterar la Palabra de Dios- ya no hay ciego ni vidente, inválido ni normal, deficiente mental ni inteligente; porque todos somos iguales, con los mismos derechos y deberes a la vida en Dios.

LAS RAZONES DE DIOS
En mi experiencia profesional y ministerial he palpado que la solución para la discapacidad está más allá de las técnicas y métodos que se utilicen. En verdad hay una voluntad de Dios expresada en la misma existencia de la discapacidad, la cual se aprecia muy claramente en aquel pasaje en que San Juan nos relata: "Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo." (San Juan 9:1-5)


La natural inclinación del ser humano, por su naturaleza legalista y porque siempre queremos darle una explicación a todas las cosas, en especial a los sufrimientos; es buscar culpables y señalar culpabilidades. Algún grave pecado contra la Ley de Dios debe haber cometido este hombre o sus padres, que hoy se encuentra ciego o sordo o con SIDA. Buscamos maliciosamente, escarbamos en la herida, muchas veces nos acercamos curiosos al que sufre, más que para ayudarle, para conocer su maldad. Sin embargo el Maestro nos dice misericordioso: por ninguna de estas razones, sencillamente Dios lo permitió para que ahora se manifieste su gran Amor.


Tal como Jesús, nosotros los cristianos estamos aquí entre los que sufren cegueras y sorderas de todo tipo, no para culparles sino para sanarles. Una sanidad que comienza por el anuncio del Evangelio y termina con la completa restauración espiritual de la persona. Si aquel hombre o aquella mujer recuperan su vista o se incorporan de su silla de ruedas, es asunto de Dios; mas sí abrirán sus ojos a la Luz y podrán cruzar la Puerta y movilizarse en el Camino que es Jesucristo, Verdad y Vida.


Él dijo "Yo soy la luz del mundo", pero también señaló "Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder." Es misión de todo cristiano iluminar su entorno con obras de amor, nacidas de un corazón regenerado por el Espíritu Santo. Recordemos lo que San Pablo asegura en Efesios 2:10 "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas".


Jesús decía que cumpliría su misión diligentemente mientras durase el día, su momento. Asimismo para nosotros hay una oportunidad de servir al que sufre, hay un tiempo de anunciar el Reino de Luz de Jesucristo, hay una corta vida en la cual debemos cumplir nuestro trabajo de sanidad espiritual, hemos sido puestos en un lugar y en una época para extender nuestra mano y nuestro corazón al necesitado. Luego vendrá la noche, ya sea para cada uno el tiempo de dormir en el Señor o cuando sobrevenga sobre este mundo aquella noche espiritual que será el tiempo de tribulación, cuando la Palabra de Dios sea pisoteada o quitada de esta sociedad. Hoy es tiempo de servir.

EL ESPEJO DE LA LEY
San Lucas en uno de los evangelios más humanitarios, quizás porque su autor es de profesión médico, quizás por su cercanía al gran apóstol Pablo; en el capítulo 10, versículos 25 al 42, relata la parábola del buen samaritano. Comienza diciendo: "Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? El le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; has esto, y vivirás."


La intencionalidad del legalista intérprete es probar cuan apegado a la escritura es Jesús. Su pregunta no es para saciar un hambre de conocimiento espiritual, sino para pesar a este maestro que es seguido de tanto pueblo. Jesús, conocedor del alma humana, le responde con la misma ley de Dios, que el judío dice defender. "¿Qué está escrito en la ley?" le pregunta. Casi irónicamente, como insinuando ignorancia en su interlocutor, le insiste "¿Cómo lees?" La respuesta es simple y profunda. El intérprete de la ley la sabe, pues se encuentra en Deuteronomio 6:4,5 y Levítico 19:18: a) amor integral a Dios con todas las potencias de nuestro ser; b) amor al prójimo como si fueran extensión nuestra y c) amor a sí mismo, que no es egolatría sino una justa apreciación del ser que Dios nos ha regalado.


También conoce la promesa de vida que trae el cumplimiento de tal ordenanza (Deuteronomio 30:15,16), pero en su fuero interno sabe que el disfrute de ella sólo es posible por el absoluto cumplimiento de la triple norma de amor. Así es que nuestro buen judío se encuentra, como dice mi mujer "en un zapato chino": conoce la ley de Dios y anhela la promesa de vida eterna, mas sabe en su corazón que no puede gozarla sin cumplir a cabalidad con el amor. ¿Qué hacer? Jesús no le dice la solución, sólo lo enfrenta a su propia ley, a su incapacidad, a su culpa ante Dios, en un plan magistral que conduce a cualquier ser humano a una derrota total y a la entrega al Salvador. De lo contrario permanecerá en las normas y se esforzará toda una vida por agradar a Dios cumpliendo su ley, unas ordenanzas que la naturaleza humana no puede satisfacer por sí sola.

DIVINA IRONÍA
Continúa contando Lucas que el judío "queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo de lo pagaré cuando regrese."


En este cuento tan hermoso creado por Jesucristo, se refleja muy bien la falta de coherencia de muchos religiosos de todos los tiempos. Personas que, aún asumiendo investiduras de ministros, pasan indiferentes al dolor del mundo. Tanto el sacerdote como el levita conocían los mandamientos de Dios, la misericordia que se ha de tener hacia el que está en una situación crítica; pero por diversas razones no ayudaron al ser humano despojado, herido y medio muerto. ¿No estaría poniendo Jesús al maestro de la ley frente a un espejo? Muchas veces somos insensibles y argumentamos acerca de la pobreza y el dolor de otros, para evitar asumir nuestro rol cristiano.


Lo curioso es que otros asumen la más de las veces el papel que debiéramos tomar nosotros. El mundo incrédulo o aquellas iglesias que criticamos como paganas nos dan lecciones de verdadero amor cristiano. Es el mundo al revés. Y así sucede también en la parábola de nuestro Maestro: un sectario despreciado por los judíos, un samaritano impuro asumió el rol de ser "sacerdote" del que sufría botado en el camino. Él le ungió, le sanó, lo protegió en un mesón, lo cuidó y pagó todos sus gastos hasta que se hubo rehabilitado. Este samaritano, como tantos otros personajes de la buena literatura, ha pasado a ser tan real y un símbolo de humanidad y verdadero amor cristiano. ¡Qué ironía! Un pagano es símbolo de una actitud y proceder propio de los discípulos de Jesucristo. El buen samaritano es la encarnación del servicio, del buen proceder de los cristianos, de la buena obra. Uno que pasa por la vida de otro y luego, humildemente se retira. No hay vanidad ni ostentación en su servicio al prójimo.

BUENOS SAMARITANOS: VIRTUDES Y HERRAMIENTAS
Antes de continuar con esta historia, veamos algunas características que se dejan ver en el buen samaritano. Preciso es decir que Jesucristo es por excelencia el Buen Samaritano de la Humanidad. Él no sólo nos ha curado de toda herida y conducido al mesón celestial que es la Iglesia, sino que se ha puesto en nuestro lugar muriendo en la cruz del Calvario. Fue él quien fue despojado (repartieron sus vestidos), herido (con una lanza en su costado, crucificado horadaron sus manos y pies, coronado de espinas) y muerto, por nuestro pecado.


El buen samaritano es a) altruista, tiene misericordia hacia el que sufre y busca el bien de los demás, por sobre su propio bien; b) bondadoso, pone en acción esa misericordia; baja de su cabalgadura y actúa; no es teórico en su amor ni en su fe; c) compasivo, presenta un sentimiento respetuoso y vivencia el dolor del otro como suyo; d) dispuesto, deja lo suyo para ir en pos del necesitado, se posterga a sí mismo; e) esmerado en su servicio, responsable, sirve al otro como a Dios y g) generoso, da espiritual y materialmente al prójimo.


Además se vislumbran a través de esta alegoría, las herramientas que poseemos como samaritanos de la Humanidad: vendas, aceite, vino, cabalgadura, mesón, mesonero y denarios. Veamos los símbolos:


Vendas para cerrar heridas, apretar carnes y enderezar huesos: la Palabra de Dios que "es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12); que "es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16,17).


Aceite para suavizar las llagas: el Espíritu Santo Consolador expresado en nuestro amor misericordioso. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Corintios 1:3,4).


Vino para desinfectar y limpiar las heridas: la sangre de Jesucristo "en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia" (Efesios 1:7); "sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (San Mateo 26:28) y que "nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1:7b).


Cabalgadura para conducir al salvado hacia lugar seguro: el padre o tutor que conduce en el camino del discipulado al recién convertido, hasta llevarlo a su madurez espiritual, "Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del Evangelio" (1 Corintios 4:15).


Mesón donde cobijarlo, sanarlo y restaurarlo: la comunidad cristiana donde se desarrolla el cristiano en virtudes, dones, frutos y talentos. "Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones" (Hechos 2:41,42).


Mesonero que lo atienda: el ministro de Dios cuya función es el servicio para el crecimiento del Cuerpo de Cristo, pues "él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efesios 5:11-13) y "sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve" (San Lucas 22:26).


Denarios que sostengan esa obra: diezmos y ofrendas. "Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Corintios 9:7).

VE, Y HAZ TÚ LO MISMO
Volviendo al texto de Lucas, en la parábola del buen samaritano, luego de hacer Jesús el relato, preguntó: "¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo".


Cuando actuamos misericordiosamente, como buenos samaritanos, estamos siendo prójimo en el sentido evangélico. Prójimo no es cualquier persona. Podemos ser próximos a otros, pero jamás acercarnos a ellos para ser sus prójimos. Hoy Cristo nos interpela a que seamos prójimos del que sufre, buenos samaritanos, como Él ha sido para cada ser humano el mejor Prójimo.


El que sufre está en las cárceles, hospitales, hogares de ancianos, orfanatos, sidarios, está en las calles, bajo los puentes, en las poblaciones marginales, los psiquiátricos, como en todo lugar de la ciudad. No es vana la obra social, pues es tarea de la Iglesia no sólo ayudar al hermano en problemas sino también a aquel incrédulo u oveja perdida de la casa de Israel. La comunidad cristiana en la administración de sus recursos humanos, materiales y técnicos no sólo debe fomentar programas de bienestar interno sino también capacitar y enviar samaritanos a aquellos lugares donde, como decimos en Chile, "las papas queman" (¿ha tomado usted una patata recién sacada de las brasas?). Hay que acudir allí donde el sufrimiento nos grita, como clamaba el ciego Bartimeo: "¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!", donde no es cómodo servir y hay que ensuciarse un poco con el pecado de ellos y de otros. Ahora más que nunca, Cristo requiere de buenos samaritanos que sean prójimo de un mundo sufriente. Recuerde: mucho dolor existe para que se manifieste la gloria de Dios. ¿Y cómo se habrá de manifestar si los hijos de Dios no acuden? Estamos muy ocupados en culpar y buscar culpables, pero recordemos que quienes están en el Reino de Tinieblas no sólo son culpables de pecado, sino que también son víctimas de ese oscuro gobierno de maldad. Vayamos en pos de aquellos y seamos su prójimo. Dios no necesita jueces, sino prójimos misericordiosos.

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