martes, 16 de diciembre de 2008

LA CONFRONTACIÓN DE JEREMÍAS

"Movidos a Misericordia"
Capítulo IX
"¡Oh, quién me diese en el desierto
un albergue de caminantes,
para que dejase a mi pueblo,
y de ellos me apartase!"
Jeremías 9:2

En los días de Jeremías ocurrieron cinco hechos importantes: la Batalla de Meguido, la Batalla de Carquenis, la segunda invasión de Babilonia y la tercera y última invasión de Nabucodonosor. En esos tiempos había una gran competencia entre las naciones para adquirir la supremacía mundial. Las 3 naciones poderosas eran Egipto, Babilonia y Asiria con capital en Nínive, las cuales serían vencidas por Ciro el rey persa. Luego éste sería vencido por el griego Alejandro y éste finalmente por los Césares romanos.
En el 586 a.C., con la invasión de Nabucodonosor, el Templo fue destruido, Jerusalén quemada y todo el pueblo exilado. Destruida la potencia asiria, la supremacía pasó nuevamente a Babilonia convirtiéndose en capital del Imperio neobabilónico, que dominó sobre Mesopotamia y Siria-Palestina. Nabucodonosor II (605-561 a C., siglo VII y VI a C.), hijo de Nabopolasar, destruyó la ciudad de Jerusalén y el Templo de Salomón, y se llevó a los judíos en calidad de cautivos a Babilonia.
El profeta Jeremías vivió en esta época tan triste de la historia del pueblo hebreo, en que el reino del sur o Judá fue llevado por Nabucodonosor a la cautividad en Babilonia. Jeremías quedó en Jerusalén y escribió con autoridad en cuanto a la seguridad del juicio de Dios sobre un pueblo pecaminoso como también de la grandeza del amor de Dios.

PRESENTACIÓN DE JEREMÍAS
El profeta Jeremías es uno de los profetas anteriores al destierro, junto con Amós, Oseas y Isaías. Nació el año 650 a.C., en Anatot, a 5 Kms. al norte de Jerusalén. Vivió en los últimos días del reino de Judá (fines del siglo VII y principios del VI a.C.), no cesó de advertir al pueblo sobre la catástrofe que se veía venir sobre la nación por causa de su pecado e idolatría. Le tocó presenciar los dos sitios y capturas de Jerusalén, a ocasión fue testigo de la destrucción de la ciudad y el templo, con la consiguiente deportación del rey y una gran parte de la población. Pero también predijo el regreso de la cautividad y la restauración de la nación.
Jeremías no fue un profeta popular. Al contrario, padeció una oposición que llegó hasta la violencia, pues su misión de reconvenir al pueblo y anunciarle el desastre que su desobediencia le acarrearía, no era bien recibida por la gente. Para él mismo, hombre sensible que amaba ardientemente a su pueblo, tampoco era esto cosa agradable, lo cual le ocasionó una lucha interior de la cual habla conmovedoramente en varios pasajes. Pero la palabra de Dios era como un fuego que devoraba su corazón, y de ningún modo podía callarla: "Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo y no pude" (Jeremías 20:9).
Todo lo que tenía algún valor fue transportado a Babilonia. Y sólo quedó un miserable resto alrededor de Jerusalén. Jeremías, que habría podido seguir, honorable y confortablemente, a los ricos hasta Babilonia, se quedó con los pobres en Palestina.
Había presenciado la caída de Nínive el año 612, vio la caída de Jerusalén y la partida de su pueblo al destierro el año 587. Una parte de aquellos que se habían quedado en Palestina no hizo caso de sus consejos y fue a refugiarse a Egipto. Jeremías no tuvo más remedio que seguirlos y fue asesinado por ellos. Su incesante llamamiento para volver hacia Jehová lo hizo un personaje insoportable.
Parece que Jeremías, en medio de los peligros y las calamidades, llegó a profundizar el sentimiento religioso de Israel. Sus relaciones con el Señor son más personales que las de sus predecesores. No es ya solamente Israel el que habla con Jehová; ni siquiera es ya un israelita el que lo hace: se trata ya simplemente de un hombre que habla con Dios. Parece también que Jeremías tuvo amplia conciencia de ese ensanchamiento humano de su religión. Para él, el judaísmo puede transformarse en una religión universal. El Dios de Israel puede ser el Dios de todos los hombres.

LLAMADO DE JEREMÍAS
Jeremías significa "Yavé llama o exalta". Dios llamó a Jeremías desde antes de nacer ("antes de que tu salieses del seno materno"... "te conocí antes de que te formara en el vientre") "para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar" (ver Jeremías 1:4-10). Como el Bautista, en San Lucas 1:15 ("...y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre"), Jeremías fue consagrado "antes de nacer".
El profeta nació durante el reinado de Manasés, el que aserró a Isaías; y comenzó a profetizar 60 años después de Isaías. Se ha dicho "si Isaías es el príncipe de los profetas, Jeremías es el profeta de los contrastes". Es un hombre que llora por la condición espiritual de su pueblo, por las abominaciones de Judá; "... en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia; y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas, porque el rebaño de Jehová fue hecho cautivo" (13:17); "Derramen mis ojos lágrimas noche y día, y no cesen; porque de gran quebrantamiento es quebrantada la virgen hija de mi pueblo, de plaga muy dolorosa" (14:17) y "Quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado./ ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?" (8:21-22).
Jehová entregó una misión profética a Jeremías, advirtiéndole que sería para su pueblo "como ciudad fortificada, columna férrea, y muro de bronce" para decir siempre la verdad y luchar contra la maldad, sin miedo a nadie ni a nada (1:18). Jeremías respondió de forma muy diferente a Isaías, quien enseguida dijo: "Heme aquí, envíame a mí". Jeremías, en cambio, puso dos obstáculos al Señor, lo mismo que Moisés, "no se hablar" y "soy un niño" (Jeremías 1:6). A pesar de esa actitud de temor inicial, estos siervos de Dios cumplieron las misiones encomendadas con perseverancia, amor y valentía, hasta dar sus vidas por ello.

¿QUÉ ES UN PROFETA?
Pero antes de continuar veamos qué se entiende por profeta. "el término hebreo traducido así parece significar uno que derrama o vierte... las comunicaciones recibidas de Dios. Otros dos términos hebreos que significan veedores o videntes, se aplican a menudo a hombres que han recibido esa comisión. En la Biblia española el significado general de la palabra profeta, que se ha tomado del griego, es uno que habla en lugar de otro, especialmente uno que expresa la voluntad de Dios. así a Abraham se le llama profeta y a Aarón el profeta de Moisés, por ser su intérprete. El significado especial pero más frecuente de la palabra, es uno que dice los acontecimientos futuros.
Los griegos daban a sus poetas el nombre de profetas o intérpretes de las musas, y en ese sentido Pablo aplica el término al poeta Aratus (Tito 1:12).
En la iglesia apostólica los profetas eran una clase de hombres y mujeres que habían recibido dones sobrenaturales y ocupaban un lugar cercano al de los apóstoles (1 Corintios 12.28). Como la función del maestro es discernir y enseñar la sana doctrina; del pastor guiar con criterio de padre a la familia de Dios procurando su bienestar y unidad; del evangelista anunciar al mundo la verdad de Jesucristo y ser la "boca" del Cuerpo de Cristo, la función del profeta es ser los "ojos" y tener la visión proyectiva de la Iglesia. Evidentemente el apóstol, además de ser un experto constructor de iglesias, arquitecto del Reino, posee todas las capacidades de los otros ministros. Los doce hicieron esa obra.
Hoy podemos afirmar que el profeta es un visionario que enfoca a la Iglesia como un grupo humano, un pueblo, una comunidad de hombres y mujeres que comparten la vida cristiana y marchan hacia la eternidad. Él ve la iglesia como una nación que marcha a la Canaán celestial. Actualmente el rol del profeta sigue siendo amonestar por el pecado, ser un atalaya del pueblo, que vislumbra las huestes enemigas (Ezequiel 3:16-21); su función es desarrollar la Iglesia como comunidad y proyectarla hacia el futuro.

LOS 8 PRIMEROS CAPÍTULOS DE JEREMÍAS
El Libro de Jeremías no sigue un orden cronológico. Jeremías es el autor, pero Baruc, su secretario, era el que transcribía los discursos, según él los daba a conocer. Un día hablaba de algo, y al día siguiente daba un sermón de un tema anterior, de allí que aparezca un mismo hecho comentado en capítulos distantes. Su Libro fue quemado y destruido dos veces, por tanto fue escrito tres veces.
En el capítulo 1 el Señor llama a Jeremías antes de la caída de Jerusalén. Este capítulo contiene, además del llamamiento del profeta, sus mensajes bajo los últimos reyes de Judá.
En el capítulo 2 el profeta nos presenta la infidelidad de Israel, el proceso que Dios hace contra ella y las consecuencias que tendrá esa actitud. Su rebeldía merece castigo. En este capítulo se inician los doce mensajes a Judá que se prolongan hasta el capítulo 25. Estos son doce lecciones prácticas en que se insiste en la ruina total que les esperaba, si no se convertían de su idolatría, a la que llama prostitución y adulterio contra Dios. Aquí también se hace parte de las profecías en el reinado de Josías (capítulos 2-12)
El capítulo 3 nos dice otra vez que Israel ha sido infiel al Señor, quien la exhorta al arrepentimiento. El profeta reprende duramente al pueblo su apostasía e infidelidad bajo la figura de un adulterio, mas insinúa un nuevo pacto (3:16-17) el que es explicitado en el capítulo 31:33. Entonces ya no será necesario que un maestro los instruya o que se instruyan unos a otros sobre el conocimiento de Dios, porque la ley divina estará grabada en su mente y su corazón. Es la promesa de un pacto no basado en leyes escritas sino en el Espíritu Santo (31:31-34).
En el capítulo 4 hay una exhortación al arrepentimiento, la advertencia que la invasión amenaza a Judá y los enemigos rodean a Israel. Jeremías ve la destrucción futura con profundo dolor. Ante el furor de la cólera de Dios, en que "toda la tierra será un desierto", Jeremías siempre insistirá en el arrepentimiento, un sincero dolor y cambio de conducta, como única solución: "Paraos en los caminos..." (6:16) "No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas./ Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová" (9:23,24).
En el capítulo 5 se muestra otra vez el pecado de Jerusalén, se anuncia y advierte el castigo a Israel.
Al llegar al capítulo 6 el enemigo rodea a Jerusalén, se anuncia el castigo, la invasión desde el norte y continúa la rebeldía de Israel.
En el capítulo 7 Jeremías predica en el templo su tema insistente: infidelidad de Israel y culto pagano en Jerusalén. El templo se ha transformado en "cueva de ladrones", citado por Cristo cinco siglos después (Jeremías 7:11, San Mateo 21:13).
En el capítulo 8 vemos la traición y castigo de Israel y el dolor de Jeremías por su pueblo.

EL TEST DE JEREMÍAS
Y por fin llegamos a nuestro capítulo 9, donde ya se escuchan las lamentaciones del profeta Jeremías en Jerusalén: "¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo! ¡Oh, quién me diese en el desierto un albergue de caminantes, para que dejase a mi pueblo, y de ellos me apartase! Porque todos ellos son adúlteros, congregación de prevaricadores. Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron para la verdad en la tierra; porque de mal en mal procedieron, y me han desconocido, dice Jehová" (Jeremías 9:1-2).
Una vez más el sagrado escrito cita el mesón, llamándole en esta oportunidad albergue de caminantes. Veamos qué quiere transmitirnos el versículo en el contexto estudiado. El profeta lamenta la actitud de su pueblo y a través de sus palabras podemos percatarnos de la condición espiritual de Israel. ¿No es similar al estado del mundo actual e incluso de ciertos cristianos? Para su estudio dividiremos el texto en ocho frases que, a su vez, transmiten las características de esa sociedad por la cual sufre Jeremías:
1. ¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!
2. ¡Oh, quién me diese en el desierto un albergue de caminantes, para que dejase a mi pueblo, y de ellos me apartase!
3. Porque todos ellos son adúlteros.
4. Congregación de prevaricadores.
5. Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco.
6. Y no se fortalecieron para la verdad en la tierra.
7. Porque de mal en mal procedieron.
8. Y me han desconocido, dice Jehová.

Proponer al lector traer a la actualidad este texto y examinar, bajo la mirada profética de Jeremías, la condición de la sociedad actual fue nuestro ánimo al llegar a este punto del escrito. Pero la Palabra de Dios es clara: Jeremías no habla a paganos sino al pueblo escogido de Dios, por tanto no pude escapar a la confrontación que nos plantea el texto sagrado. Si nos proponemos una exégesis actualizada de estos versículos, necesariamente tendremos que aplicarlo a la Iglesia de hoy, al Cuerpo de Cristo esparcido por toda la tierra. Con este versículo sucede cosa similar a cuando se analiza la segunda epístola a Timoteo, en el capítulo 3, versos 1 al 5, en que San Pablo describe las actitudes negativas de los hombres de los últimos tiempos que, en un primer análisis parece retratar a gente mundana, mas al llegar al versículo cinco queda claro que se trata de creyentes, pues dice "que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella". Asimismo nuestro pasaje no se refiere a personas sin Dios, sino a "mi pueblo".
Como, en justicia, no podemos generalizar y no es nuestra misión juzgar al pueblo de Dios, sencillamente plantearemos la posibilidad de la existencia de la cizaña evangélica, como Jesús lo advierte en su parábola. Nuestra propuesta viene a ser una voz de alerta, si no profética, a enderezar los caminos torcidos y a volver a aquellas ovejas extraviadas de la casa de Israel.
Es fácil condenar o escudarse en la masa, criticar agrupaciones o tendencias dentro de la Iglesia universal. Tenemos temor de Dios, sobre todo si participamos del cuerpo y la sangre del Señor. No queremos enfermarnos ni debilitarnos, menos dormir espiritualmente, por causa de hacer un juicio condenatorio sobre nuestros hermanos. Es sabido que los cristianos compareceremos individualmente ante el tribunal de Cristo y no las instituciones (Romanos 14:10-12). Por tanto enfocaré mi reflexión a un nivel personal y no colectivo.
Se le ha dado la forma de cuestionario a objeto de que el lector pueda autoevaluarse y buscar estrategias para superar áreas de debilidad en su vida cristiana. Así las quejas de Jeremías encuentran eco en los creyentes de hoy.

1. ¿Estoy vivo espiritualmente?
"Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!" exclama el profeta y lamenta que su pueblo esté muerto espiritualmente. El ser humano actual está muerto, pero... ¿Cuántos muertos hay entre nosotros? ¿Cuántos muertos hay en su comunidad? No me refiero a que sin son todos cristianos o no. Los que están en tinieblas están muertos en sus delitos y pecados pero a nosotros Cristo nos ha dado vida. Sin embargo muchas veces procedemos como si aún fuésemos unos cadáveres. Sin amor, sin misericordia hacia nuestro prójimo, puede alguien estar muriéndose de dolor enfermo a nuestro lado y no le socorremos. Hay tantas desgracias en el barrio, en la escuela, el trabajo, la oficina y nosotros muchas veces estamos más preocupados de nuestros negocios. El hermano o la hermana necesitan de una palabra de aliento, de una mano que les ayude a levantarse y no de juicio, pero procedemos peor que los que están en tinieblas pues les condenamos, les crucificamos. Estamos muertos porque no brindamos amor. Jeremías lloraba por los muertos de Israel.
Un muerto es un cadáver sin vida, un cuerpo que ya no tiene movimiento y en el que todas las facultades biológicas del ser humano han cesado; un muerto es un ciudadano que ya no existe, pero también un muerto es un organismo en descomposición, o seco, hecho polvo, unos huesos blancos inservibles. En el cristiano muerto ya no está la vida del Espíritu Santo, esta es apenas una llamita opacada por el egoísmo y el desamor, en él no hay conciencia del prójimo ni de Dios. El cristiano muerto es como un cuerpo sin movimiento, está estacionado, agarrotado; en él no hay ningún tipo de iniciativa para evangelizar o ayudar al otro, está inmovilizado y tieso; es un cristiano que no produce fruto, un árbol sin hojas, sin frutos ni semillas, no tiene ni da vida ¿por qué? Porque se ha desconectado del Padre y tal vez piensa que está conectado a Él porque cumple con ciertas obligaciones religiosas y participa en el ritual.
En el cristiano muerto todas las facultades espirituales han cesado, aquellas que son propias del ser viviente: alimentarse, multiplicarse, respirar, desplazarse, etc. se han detenido, pues ya no se alimenta de la Palabra de Dios, no respira en la oración ni llena sus pulmones espirituales con el amor de Dios, no alaba al Señor; en su corazón no hay un salmo de gratitud y de alabanza; tampoco se desplaza evangelizando o ayudando al necesitado, pues no ama sinceramente en Cristo, sólo ama a los suyos, su esposo o esposa e hijos, es egoísta. Y si nada de lo anterior está en él es porque está muerto en vida. Tampoco se multiplica ya que no podemos dar vida a otros si en nosotros no hay vida. Si un muerto es un ciudadano que ya no existe, ¿existirá como ciudadano del Reino de Dios? Sólo por misericordia de Él figura en los registros de la Iglesia.
Pero también un muerto es un organismo en descomposición, lamentablemente hiede, sus obras son mal olientes, su vida no da fruto, su vida está pudriéndose como Lázaro y si pronto no viene Cristo a sacarle de su tumba, se morirá para siempre. Pero estos cadáveres que hay en la Iglesia aún tienen salvación, pues los que están vivos tienen el deber de levantarlos de entre los muertos. En el fondo de su ser claman: ¡Resucítanos, Señor, de este cementerio de egoísmo! ¡Tenemos el espíritu seco, consumidos en un desierto, sedientos y sin agua, no hay vida en nosotros, hemos llegado a un estado espiritual deplorable, convertidos en polvo, somos nada más que un montón de huesos inútiles! ¡Sálvanos por misericordia!
Hay muchos cristianos que están ciegos, cojos o sordos a la voz de Dios y la demanda del amor; otros son autistas o dementes, viven una vida cristiana que asemeja a estos cuadros. Por todos ellos y por "los muertos de la hija de mi pueblo" lloran los profetas.
El pasaje que estudiamos muestra la carga de un hombre de Dios. ¿Lloramos nosotros por nuestra nación, como lo hacía Jeremías? Comúnmente oramos por la comunidad cristiana a la que pertenecemos pero poco oramos y rogamos por el país. Dios tiene una visión de nación. Aquí, en mi país, se ha hablado mucho acerca de que Chile será para Cristo. Es una profecía que se transformó en sollozo de casi todas las campañas de evangelización. Pero ¿cuántos realmente sienten carga por la nación? ¿No estamos más bien poco sensibilizados por el devenir de la patria? ¿Cuántos están orando en forma muy perseverante, constante, concentrada, responsable por Latinoamérica? Quizás un día lleguemos a ser todos estos países una sola nación. ¿Está usted orando por su país, o al menos por su ciudad?
Claro está que Jeremías oraba por una nación convertida a Jehová, porque todo el pueblo de Israel era creyente en el único Dios verdadero. Mas no hay gran diferencia entre ese pueblo y nuestras naciones. Decían creer pero a la primera estaban adorando al becerro de oro. No quiero hablar de las iglesias, pero es probable que muchos de los que están en ellas no vivan de acuerdo a su plena voluntad. Como dice en las puertas de algunos hospitales psiquiátricos "no son todos los que están ni están todos los que son"; cristianos hay muchos o que se hacen llamar así, pero ¿son? ¿viven de acuerdo a la divina voluntad del Padre?
El profeta se pregunta en el último verso del capítulo 8 "¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo?". El pueblo de Dios está enfermo, mas en el primer versículo del siguiente capítulo ya muere: "¡Ojalá fueran mis ojos como un manantial, como un torrente de lágrimas, para llorar día y noche por los muertos de mi pueblo!" Quiere llorar por los muertos espirituales. Evidente que no se refiere a cadáveres físicos sino a muertos en vida, porque decir que se cree en Él pero no vivir de acuerdo con esa convicción es como ser un cadáver. Sepulcros blanqueados decía Jesús a los que hedían por su condición de muerte y aparentaban estar vivos en el espíritu. El profeta quiere llorar y llorar, clamar a Dios por estos que abandonaron la "fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (Jeremías: 2:13). Quizás así el Señor se apiade de ellos.
Hermanos: el Médico Divino quiere sanarnos de esta enfermedad que no es para muerte; Él, que es la resurrección y la vida, puede resucitarnos y hacernos cristianos íntegros, realizados como ciudadanos, trabajadores y obreros de su Reino; sólo Él puede darnos la vida y restaurarnos.

2. ¿Merezco a los profetas de mi Iglesia?
"¡Oh, quién me diese en el desierto un albergue de caminantes, para que dejase a mi pueblo, y de ellos me apartase!"
¿Sabía usted que en la Iglesia hay profetas que claman por el pueblo de Dios y su condición? ¿que esos profetas también ruegan por la sociedad? ¿Sabía usted que en este mundo hay profetas preocupados por usted? Pero ¿la Iglesia merece a sus profetas? Hay quiénes no merecen a los profetas de la Iglesia. El hombre actual no merece a los profetas inspirados de Dios. Por eso en un momento Jeremías siente deseos de apartarse de su pueblo pero no llega a hacerlo. La misericordia de Dios es tan grande que dentro de los cinco ministerios ha concedido tener profetas que nos abran los ojos y que lloren día y noche por su Iglesia y el mundo.
¡Ojalá tuviera en la montaña un refugio, para que dejase a mi Iglesia, y viviera lejos de ella! diría el moderno Jeremías, cansado y abatido por el pecado de su congregación. "¡Ojalá tuviera yo en el desierto un lugar donde vivir, para irme lejos de mi pueblo!" dice una versión popular.
Jeremías preferiría vivir en un albergue de caminantes, lejos de su pueblo, ajeno a su pecado. El sabe lo que dice porque ha sufrido a raíz de la desobediencia de su pueblo, quiere irse lejos del lugar donde una vez el rey destruyó su profecía. Lo miran mal lo detestan se ha transformado en una persona desagradable que los enfrenta a Dios y a su pecado. Él ha venido a ser considerado el enemigo público número uno, por decirles la Verdad.
El profeta en el Antiguo Testamento cumplía la función que hoy cumple el Espíritu Santo, dar convicción de pecado y de juicio. Jesucristo, como el máximo Profeta, advirtió a los apóstoles "...Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré./ Y cuando venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (San Juan 16:7,8). Hoy día no necesitaríamos profetas si obedeciéramos a la voz del Espíritu en nuestros corazones.
Profeta es uno que anuncia la visión de Dios. uno que muestra su Verdad y la falsedad en que viven otros. Los profetas del Antiguo Testamento tenían la misma función que hoy cumple el Espíritu Santo, mostrar al pueblo su condición y reconciliarle con Dios. Los profetas son atalayas, los ojos del Cuerpo de Cristo ¿Recuerda cuando el profeta Ezequiel vio el Valle de los huesos secos? El Señor le estaba mostrando las condición de su pueblo ¿Se imagina que Dios le mostrara a través de una imagen similar la condición de la Iglesia? Los profetas estaban contemplando algo de la vida diaria, un hecho tan corriente como una olla que hierve y Dios les daba un mensaje.
¡Cuántos cristianos se retiran del mundo! Dicen que son llamados a la oración. No critico ni niego que pueda ser una posibilidad pero, en términos generales, no es lo que Jesús enseñó. Él dijo no te pido que los quites del mundo sino que los guardes del mal. Él nos enseña a enfrentar los problemas y dificultades de la vida y no arrancar. Escucho a muchas personas discapacitadas que quieren que el Señor haga un milagro y les devuelva su condición de normales o les sane de su ceguera, porque no quieren enfrentar la discapacidad. Muchos sienten la tentación a apartarse de los problemas, prefieren huir a enfrentar, Jeremías no lo hizo así. En un momento de gran dolor por ese pueblo pecador él se quejó pero es algo que nunca llegó a hacer. El profeta preferiría estar en un albergue de caminantes, lejos de la pecaminosa ciudad, pero no lo hace.
La Biblia católica dice: "¡Quién me brindara en el desierto/ un albergue de ambulantes!/ Abandonaría entonces a mi pueblo,/ me alejaría de él, /porque son todos adúlteros, /una pandilla de traidores. /Tensan su lengua como un arco;/ la mentira, y no la verdad,/ prevalece en este país; /si, caminan de delito en delito /y no me conocen a mi dice Yavé". Un caminante o ambulante es alguien que va de lugar en lugar, un nómada sin arraigo, aparentemente sin responsabilidades. Todos somos peregrinos en esta tierra, como nómades estamos sólo de paso en este lugar.
A la luz de este texto, en que el profeta llora por los muertos de su pueblo, podríamos decir que el mesón es un lugar para reconocer nuestro pecado y el pecado de la Iglesia, la falta de amor de muchos cristianos. Los discapacitados son el signo de la discapacidad de la Iglesia para asumir su misión de amar como Cristo amó. El Cuerpo de Cristo es un cuerpo ciego, sordo, cojo, autista, etc. Es un cuerpo con discapacidad espiritual para escuchar al corazón del ser humano clamando libertad; para ver las necesidades donde parece estar la mujer y el hombre saciados de las cosas que esta sociedad de consumo les ofrece; para movilizarse en pos de los que sufren; para comprender la importancia de su cometido en la sociedad. El Cuerpo de Cristo es, como el mundo, un organismo que sufre discapacidad. Por eso el Señor nos dice "Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo./ Por tanto yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:17,18).
De la exclamación "¡Ojalá tuviera yo en el desierto un lugar donde vivir, para irme lejos de mi pueblo!..." podríamos concluir sencillamente que el mesón es un lugar de refugio fuera de los ataques del diablo y un lugar de adoración y comunión con Dios, especial para la vida devocional. Esto es muy cierto, pues en la Iglesia encontramos ese recogimiento necesario para compartir con Dios, pero las palabras de Jeremías en este texto más bien son una sacudida para que despertemos y definitivamente nos percatemos de cuan ciegos estamos. El Mesón es un lugar de confrontación con nuestra miserable condición de pecadores.

3. ¿He adulterado en mi relación con Dios?
Cuando el profeta dice adulterio, "Porque todos ellos son adúlteros", no se está refiriendo solamente a la violación del voto conyugal, sino también al engaño hacia el Esposo que es Dios. Adulterar es viciar o falsificar, como se puede hacer con un documento. El adulterio espiritual es tratar de engañar al Señor con otro amor. Recuerde el ejemplo dado por San Pablo en relación a los dos pactos, la ley y la gracia. (Gálatas 4:21-31). Pablo aclara que, como Isaac, los cristianos somos hijos de la promesa, de la mujer libre y no de la esclava. Quien ha sido perdonado por Dios en Cristo y vive bajo el régimen de la gracia, no puede volver atrás y sujetarse a mandamientos de hombres ni vivir por apariencias, sino vivir guiado por el Espíritu. De otra forma estaría adulterando; está casado con la gracia y tiene amores con la ley. En un ejemplo tan radical como el anterior, si hemos contraído matrimonio con el Señor Jesucristo, no podemos coquetear con el pecado, ni el príncipe de este mundo. El llamado de Cristo es taxativo: estamos con Él o contra Él, somos fríos o calientes pues a los tibios los vomitará de su boca.
Somos adúlteros en la fe cuando no vivimos de acuerdo a los principios del Reino de Dios prefiriendo el estilo de vida corrupto y complaciente de este mundo; somos adúlteros cuando consentimos el pecado; somos adúlteros cuando llevamos doble vida; somos adúlteros cuando reservamos ciertas áreas de nuestra vida para gobernarlas a nuestro arbitrio y no las ponemos a las plantas de Cristo; somos adúlteros e idólatras cuando somos esclavos de vicios y hábitos que se interponen entre Dios y nosotros; en fin somos adúlteros cuando no vemos ni escuchamos a Cristo en el que sufre y preferimos amarnos a nosotros mismos o entregarnos a falsos cristos.
Jeremías deseó por un momento irse lejos, a un mesón en el desierto, "Porque todos han sido infieles a Dios". Ser fiel es una de las características más importantes que un niño en Cristo debe desarrollar, pues, luego de la sumisión al Señor y la sujeción al Cuerpo de Cristo, la fe humilde nos lleva a obediencia y ésta a permanecer en fidelidad. Fiel es el que permanece. No se es fiel un día y al otro no. Se es fiel cuando el corazón se establece en el mismo sentir, cuando perseveramos en lo que hacemos y creemos. Fidelidad es lealtad, observancia de la fe debida a otro; exactitud, puntualidad en la ejecución de una cosa. La persona fiel es leal, guarda fe, es exacto y verdadero en su comportamiento. El cristiano fiel es una persona de confianza; los líderes pueden confiar en este hermano o hermana porque no fallará. Hoy por hoy necesitamos cristianos fieles para llevar adelante la obra de Dios, que se hace más difícil. José fue fiel a sus hermanos en su amor, a pesar de que estos lo habían sido crueles con él. Josué fue fiel a Moisés y éste a su pueblo. Se enrabió con Israel pero siguió junto a ellos. Todos estos hombres procuraron ser fieles a Dios y lo lograron.
Expresa en este pasaje, el atribulado profeta Jeremías, el dolor por su pueblo idólatra, enfermo, pecador, infiel a Dios, mentiroso, burlesco uno de otro, malos amigos, perversos e incapaces de cambiar; quiere llorar día y noche por ellos, son su carga. ¿Siente usted carga por los hermanos que están en adulterio?

4. ¿Soy un prevaricador?
"Porque todos ellos son...... congregación de prevaricadores" Otra traducción dice "son una partida de traidores". Hay muchos que traicionan al Señor y esta traición puede consistir sencillamente en no vivir como Él manda y hacer lo que nos venga en gana. Prevaricar se define como delinquir un funcionario público dictando o proponiendo resolución de manifiesta injusticia. Por extensión, cometer uno cualquier falta menos grave en el ejercicio de sus deberes. En el deber para con el Señor y su mandamiento de amor podemos estar prevaricando al no amarnos unos a otros como él nos amó, al no lavarnos los pies unos a otros y no cubrirnos en amor, al no perdonar al hermano, al no tolerarnos ni comprendernos. A modo de rápido test hagámonos un chequeo con 1 Corintios 13:1-13 y veremos en qué condición está el amor fraternal en nosotros. Prevaricar es pecar contra la justicia y si entendemos por justicia, como la interpreta el teólogo Tomás de Aquino, "la voluntad firme y constante de dar a cada cual lo suyo", tenemos el deber de actuar como prójimo del que sufre y amar a Dios sobre todas las cosas para actuar como justos. Como dijo el Bautista "Conviene que cumplamos toda justicia" (San Mateo 3:15).

5. ¿Soy un mentiroso?
"Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco". La peor mentira que podemos cometer es vivir una vida de falsedad, decir que somos cristianos y en realidad estar actuando. No vivir de acuerdo con la doctrina que profesamos, negarle a Él con nuestra boca y nuestra vida. Un testimonio de falsedad es el peor engaño. Alguien puede tener miedo y mentir, pero tratar de engañar al Señor es la peor mentira.
De los diez mandamientos (Éxodo 20:1-17) se desprenden los principios de una vida íntegra y en consonancia con Dios. Específicamente el no mentir está redactado "No hablarás contra tu prójimo falso testimonio", lo que una versión popular traduce "no digas mentiras en perjuicio de tu prójimo"; otros pasajes explican " no admitirás falso rumor, no te concertarás con el impío para ser testigo falso", "no dirás falso testimonio". La mentira es ocultamiento de la verdad, cuya causa puede ser el miedo a ser descubierto en pecado, engañar para obtener algún beneficio o por la maldad de dañar a otro.
Cristo es la Verdad y no admite la mentira. El principio de veracidad está contenido en el mandamiento divino. Es importante en el Reino de Dios y en nuestro comportamiento social ser veraces a toda prueba, pues sólo siendo veraces somos confiables. Actualmente se ha perdido la palabra, la honorabilidad de la palabra empeñada. O nos engañamos a nosotros mismos prometiendo lo que luego no podemos cumplir; "que tu sí sea sí y tu no sea no". Vivir la verdad es vivir a Cristo.
Ser sincera y no mentirosa, ser transparente, sin engaño, que la persona sea verdadera y no turbia en sus relaciones con otros, son cualidades cristianas. Lamentablemente vivimos en una sociedad de la imagen y la apariencia, un mundo de la superficialidad. Somos incapaces de restarnos al encantamiento de la televisión, vacía entretención donde todo es artificial. La conciencia no nos acusa. "Así nos entrenan para no decir nunca la verdad con el modelo de tantos políticos arrogantes y tantos obtusos ídolos del espectáculo". Mas Jeremías, que fue víctima continua de la calumnia, no se cansaba de denunciar, con expresiones ásperas, la vergüenza y la mentira de su pueblo.
Santiago es muy claro al advertirnos sobre el cuidado que se debe tener en el uso de la lengua: "Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto...", "la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas", "hermanos, no murmuréis los unos de los otros" (Santiago 3). Una pequeña chispa puede transformarse en un enorme incendio, una palabra ociosa puede causar estragos en la vida de otro. Dice un letrero popular en los buses de mi ciudad "antes de poner su lengua en movimiento, ponga su cerebro en funcionamiento", porque hablamos lo primero que viene a la cabeza.
Los del tiempo de Jeremías se estafan unos a otros y no dicen la verdad, entrenan sus lenguas en la mentira, están depravados y son incapaces de convertirse "porque todo hermano engaña con falacia, y todo compañero anda calumniando./ Y cada uno engaña a su compañero, y ninguno habla verdad; acostumbraron su lengua a hablar mentira, se ocupan de actuar perversamente./ Su morada está en medio del engaño; por muy engañadores no quisieron conocerme, dice Jehová" (Jeremías 9:4-6). No son muy distintos de la gente de hoy.

6. ¿Me he fortalecido para la verdad?
"...y no se fortalecieron para la verdad en la tierra" es la acusación del profeta. Otras versiones dicen: "En el país reina la mentira y no la verdad" (DHH), "La mentira, y no la verdad, prevalece en este país" (SBEP). El país completo es una mentira pues no reina la verdad. Nadie busca la verdad, nadie se alimenta con la verdad, nadie la aprende ni la estudia, nadie la investiga. Hoy gran parte de la iglesia se compromete en la política, se compra y se vende a causas que no le competen. En la política reina la mentira, la calumnia, el ataque artero. En la justicia se juega con la ley, se usa prácticas mañosas, abundan los testigos falsos. En el cine, la televisión y el mundo del espectáculo, se manipula la imagen de las estrellas como gran negocio. Mentira sobre mentira. Cuando no reina la Verdad en una nación, es que Jesucristo no se ha entronizado en el corazón de su pueblo, no es verdadero Señor y dueño de sus vidas.
El que no conoce la Verdad es un ignorante y puede tener la excusa del desconocimiento, pero no hay excusa para el buen cristiano, en este sentido. El cristiano debe fortalecerse con la Verdad, escudriñando las Sagradas Escrituras donde aparece esa Verdad revelada, escuchando con frecuencia la buena prédica de la Palabra de Dios, alimentando su mente con la sana doctrina, buscando el discipulado individual que le permita corregirse y alcanzar la práctica del Evangelio en su vida, no siendo nada más que un oidor de la Verdad sino también uno que la practica; debe buscar crecimiento, edificar su mente con la Verdad y renovar su manera de pensar para que ocurran cambios significativos en su vida.
En cambio, el que sabe la Verdad pero la esconde o la niega es un mentiroso. El que no se ha fortalecido en la Verdad, no tiene clara la esperanza de su llamado y se vuelve un débil en la fe, muy fácil de derrotar por el diablo. Lamentablemente hay muchos cristianos que viven como ignorantes de la palabra de Dios, son mentirosos y otros, que no buscan los medios para un verdadero crecimiento espiritual, se han tornado débiles.
Al hablar de la Verdad, dos textos vienen a la memoria: "...Yo soy el camino, y la verdad, y la vida..." y "...conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (San Juan 14:6 y 8:32). Conocer la verdad significa experimentarla y cuando se vive la verdad ésta le hace a usted libre. Cristo es nuestro camino, un camino para transitar; Cristo es la verdad y trae vida eterna. Fortalézcase en la Verdad, y ella prevalerá y reinará en su vida.

7. ¿Soy un cristiano en decadencia?
"...porque de mal en mal procedieron" evidencia un pueblo decadente. Hay una situación de decadencia en el mundo y la Iglesia, a veces, se contagia de aquello. Que vayamos de mal en peor cada día significa que no estamos poniendo atención a lo que es realmente ser cristiano, un estilo de vida. Como hay una teoría, claramente expuesta en la Biblia, nuestro manual de vida, también hay una práctica o "praxis", acción que involucra la teoría y la práctica. Llamamos praxis cristiana al conjunto de acciones, tanto individuales como colectivas, discípulo y comunidad, que se desarrollan en el seno de la sociedad para iluminarla con la luz de Cristo (Mateo 5:14-16). Sin esa praxis no hay vida cristiana, sólo un remedo de cristianismo.

8. ¿He desconocido a mi Señor?
"...y me han desconocido, dice Jehová." ¿Ha desconocido la Iglesia a su Señor? Sí, hemos sido incrédulos y desobedientes. Se ha visto que muchos hombres de hoy están muertos, no merecen a los profetas de Dios, son adúlteros, prevaricadores, mentirosos, ignorantes, débiles y decadentes. Todo esto trae nada más que el alejamiento de Dios y la consecuente incredulidad. La incredulidad lleva a la desobediencia y la absoluta carencia de temor. Me han desconocido, dice el Señor, No han querido reconocerme. No hemos querido reconocerle como dueño y Señor de las vidas.

¿Estoy vivo espiritualmente?, ¿merezco a los profetas de mi Iglesia?, ¿he adulterado en mi relación con Dios?, ¿soy un prevaricador?, ¿soy un mentiroso?, ¿me he fortalecido para la verdad?, ¿soy un cristiano en decadencia?, ¿he desconocido a mi Señor? son preguntas que todo hijo de Dios debiera hacerse hoy, preguntas que un samaritano debiera plantearse, son preguntas para el discapacitado que se enfrenta a Jesucristo. Nadie debiera escaparse a este test y responder con veracidad si el amor de Dios está en él.
Jeremías 9:1-2 habla de la condición del cristiano actual y en el centro mismo de este texto se encuentran las palabras albergue de caminantes, llamando la atención para el que ha leído la Parábola del Buen Samaritano. El mesón fue, para el desdichado recogido por el samaritano, un lugar de acogida, lo que la Iglesia debiera ser hoy. Este texto plantea una confrontación entre lo que somos y lo que debiéramos ser. El Mesón es un lugar de confrontación con nuestra miserable condición de pecadores.

PARA TRABAJAR EN EL MESÓN.
1) Examínese a la luz del test de Jeremías. ¿Qué le dice el Señor?
2) Lea el libro de Jeremías durante 52 días, un capítulo diario, teniendo en mente el ministerio del buen samaritano que usted desarrollará. Anote sus propias conclusiones al término de la reflexión diaria.